En 1989 cuando iniciaba mi carrera en el periodismo, conocí a un hombre por cuya bondad aprendí que el trabajo es una oportunidad de trascender.
Ese hombre, que construyó buena parte de la identidad potosina, y que animó a tantas personas como yo a luchar por sus sueños, a conquistar la cima del éxito, y a servir a los demás, es don Jacobo Payán, quien lamentablemente hoy falleció.
En aquel entonces, él era Director de Promoción Industrial en el Gobierno de Leopoldino Ortiz Santos, y yo una joven con gran anhelo de superación, algo que Don Jacobo apoyó a lo largo de los años.
De hecho, él me pedía que le llevara cada nuevo ejemplar de mi revista y en muchas ocasiones lo leyó en voz alta y lo comentó conmigo, mientras añadía elementos históricos y culturales acerca de los personajes ahí citados.
Pido decir entonces que, por esa razón, lo quise desde siempre, lo admiré y le agradecí su apoyo constante.
Su generosidad era de todo tipo: económica, moral y espiritual.
Todos los periodistas que tuvimos la oportunidad de conocerlo lo vamos a extrañar; principalmente su familia, sus amigos y quienes lo quisimos en vida y tuvimos la suerte de mostrarle nuestra devoción por su inmensa calidad humana.
Él fue todo lo que un gran hombre puede ser: excelente padre de familia, innovador, empresario, inversionista, político, socio, orgulloso amante de sus raíces y su tierra, feliz habitante de esta bendita ciudad que lo vio nacer.
Por ello quiero rendir mi más sentido pésame, porque su pérdida es dolorosa para todos, y porque mi vida no hubiera sido lo que fue de no haber tenido la fortuna de conocer a don Jacobo.
Que su nombre y apellidos siempre brillen en el firmamento de los grandes hacedores de la patria chica; que su obra siga siendo parte fundamental de nuestra memoria; que su contribución a San Luis Potosí nos lleve a seguir luchando por nuestros sueños como él lo hizo: sin temor al fracaso, con todo el entusiasmo del mundo, y deseando ser de utilidad a los demás.
Aquí comparto un fragmento del libro biográfico que le estaba escribiendo, y que por razones de salud ya no pudimos terminar.
Hasta siempre, querido Don Jacobo.
Lucero Aguilar.